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Análisis de Narita Boy

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Narita Boy empieza con un grito. Tan contundente y desgarrador que recuerda a ese «SEGA» característico de Mega Drive y sus consolas venideras. Estamos ante un título que, desde el primer minuto, deja claro las intenciones y es honesto por parte de Studio Koba. Su primer título rinde tributo a películas, videojuegos e incluso la estética de los 80s, principalmente por cierto título retrofuturista de Disney que no nombraré porque soy un redactor original y no quiero ser un pedante.
Nuestra aventura comienza en un lugar familiar; nuestra habitación. Gracias a nuestro «ordenador», somos transportados a un mundo digital en apuros, sometido al yugo de HIM, un malvado que ha corrompido todo el lugar y tiene capturada a la Motherboard. Por supuesto, el juego es un calco a la típica historia del típico juego de la época… salvo por una cosa que hace de todo ésto único y personal. La tarea adicional de nuestro joven protagonista -nombrado como el título del juego- será recomponer las memorias del creador; dispersas por todo el metaverso de ceros y unos.
Por si no te has percatado, en Narita Boy hay texto. Mucho texto, que puede abrumar a cualquier jugador que quiera ir directamente a la acción, pero no corta la dinámica de la aventura. Entre el viaje para restaurar el mundo digital; las memorias del creador e incluso obtener mejoras para nuestro personaje, leeremos muchas líneas de textos; importantes para la trama del juego y lore o profundidad de lo que nos rodea. Sobra decir que la mezcla de una trama interesante; miles de referencias a la cultura pop y el final que puede dejar a muchos con la boca abierta, es casi perfecta.
Los controles son simples; pero hay mecánicas como los saltos que pueden desesperar a más de uno. Como dije antes, avanzando encontraremos mejoras y habilidades nuevas como poder invocar a unos seres elementales; imbuir nuestra «Tecnoespada» de un elemento o poder surfear el mar digital mediante un diskette. Se podría decir que sigue las reglas de lo básico en un videojuego pero adaptado al universo creado; lo cual está muy bien. Tal vez cosillas como esos saltos, que pueden marear o que no tengamos un mapa al uso, inclinará la balanza hacia lo negativo.
Con un apartado técnico que abraza a la estética del mundo, resulta cómodo decir que el diseño cumple con creces. En las opciones de gráficos tenemos un filtro para activar o desactivar un marco, que da el pego a que, nuestra televisión o monitor, parezca una pantalla de hace 30 años. Detallito agradable; junto a la estabilidad de los frames y resolución en PlayStation 4.
La banda sonora, obviamente, se suma a la escenografía viva; un rollito tecno-vibrante y con algún que otro riff de guitarreo en los combates. Los más avispados notaréis que nuestro personaje suele «hacer un baile» para celebrar ciertas victorias, al más puro estilo del rey del pop. También os recomendamos dejar los créditos finales, sin querer destripar nada más. Cuenta con una traducción al castellano de sus textos y un doblaje propio, aunque sin apenas actuaciones.
El último parráfo va a ser algo más personal. Me ha costado horrores hablar sobre Narita Boy mientras lo jugaba. Sentía que me estaba perdiendo algo sobre la historia o incluso en algunos combates contra los jefes o subjefes porque me sentía extraño en un mundo que no pertenecía. Llegado a un punto de la historia, llegas al «núcleo» de todo, además de averiguar parte de los misterios que rodean al creador… te atrapa. Tanto que no quieres que acabe. Dura lo justo para que no te agobie ni te parezca que se quede corto de contenido.
Estamos ante el primer de un estudio español ambicioso; con ganas de innovar en cada momento y con una historia buena y llena de momentos inolvidables, de esos que pueden protagonizar los titulares de una gala de premios. Inexplicablemente, Narita Boy ha marcado un hueco en la memoria de este redactor y esperaré a que Koba Studios decida continuar con su trabajo; pues si das este primer paso en la industria del videojuego y además apadrinado por Team17, el siguiente ya tiene que ser llegar a lo más alto.

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