FANCINE 2022 FLUX GOURMET – Project Wolf Hunting – Missing – DIA 7
Tras encandilarnos de algunos de los cortometrajes de imagen real y la mayoría de animación, además de fascinarnos del arte del cine a través de la grandiosa ‘Decision to Leave’, la séptima jornada del Festival de Cine Fantástico de la Universidad de Málaga terminó mereciendo la pena gracias a algunas de sus propuestas. En este día siete, pudimos disfrutar de la extravagancia divertida de ‘Flux Gourmet’ y, especialmente, del ingenio y el suspense de ‘Missing‘, que fue la obra más destacable de la jornada. Por desgracia, la esperada ‘Project Wolf Hunting‘ resultó bastante decepcionante por su exceso (y falta) de acción.
Cuando lo bizarro y lo solemne se encuentran
Flux Gourmet es la nueva obra de Peter Strickland, un director admirado, a la vez que incomprendido, por rarezas tan variadas como ‘Berberian Sound Studio‘, ‘The Duke of Burgundy’ o ‘In Fabric‘. De nuevo, Strickland consigue moverse entre lo espeluznante y lo cómico, dando lugar a una obra llena de pretensiones que, pese a resultar un poco pesada, consigue funcionar gracias a su extravagancia.
La película nos muestra las vivencias de un colectivo culinario en el instituto dirigido por la excéntrica Jan Stevens (Gwendoline Christie), donde se da cabida a las performances alimentarias. Así, el grupo formado por Elle (Fatma Mohamed), Billy (Asa Butterfield) y Lamina (Ariane Labed) se dedican a hacer espectáculos en los que se combina la interpretación, la escenografía y la creación musical en torno a la comida (la elaboración de la misma y los sonidos que genera), dando lugar a una música electrónica magnética y extraña.
No obstante, las peculiaridades de los diferentes miembros de la institución (como el archivista Stones) y los conflictos entre los integrantes del colectivo culinario darán lugar a una serie de roces que marcarán el devenir del grupo y la evolución de sus propias creaciones artísticas. A través de esta historia que viaja entre lo bizarro y lo solemne, Strickland estructura una obra que supone la culminación de todos sus temas de interés y fascinaciones, siendo una combinación de rarezas más bien divertida que atemorizante.
En ella, encontramos unas pretensiones muy claras y, en ocasiones, demasiado evidentes y excesivas. Estamos ante una burla jocosa acerca del arte de la performance y todo lo que la rodea, incluido los colectivos y artistas que se dedican a ello, de forma que lo supuestamente serio, místico y elevado de este arte se torna ridículo, tonto y pretencioso. De hecho, lo que parece una simple crítica paródica gana mayor dimensión cuando lo enlazamos con la figura del director y su pasado, ya que él mismo tuvo un grupo de música electrónica dedicado al «sonic cooking» y llamado The Sonic Catering Band.
Así, como en el resto de la filmografía de Strickland, resulta imposible entender Flux Gourmet separándola de su creador debido al fuerte carácter autoral de la misma. Este estilo se refleja no solo en la trama, sino en todo lo que la rodea. La originalidad de la obra reside en su capacidad para generar sensaciones contrarias al espectador con resultados completamente impredecibles, ya que pueden maravillarlo, asustarlo o simplemente confundirlo. De este modo, nos propone una película de género fantástico, incluso de terror o suspense, pero profundamente enlazada a la comedia, debido a su combinación entre lo extraño, lo fetichista y lo exótico con el horror, el erotismo y la elegancia.
Ante este reto, encontramos una película meticulosamente diseñada y pensada a nivel técnico. Visualmente, tiene una propuesta completamente reconocible que se apoya especialmente en la artificialidad y la puesta en escena a través de sus localizaciones y sus luces. Las paredes blancas que rodean a los personajes y las luces rojas que se proyectan sobre ellos nos llevan a la actuación teatral y performática. Del mismo modo, la forma en que la cámara captura esos momentos nos lleva a los mismos referentes, pero con mayor experimentación y movimiento. A través de la elección de planos visuales, Strickland nos sitúa en momentos temporales, situaciones y sensaciones, siendo una guía que nos acerca y aleja de la acción constantemente.
Los momentos más destacables los encontramos en las actuaciones del colectivo, donde la imagen consigue ser hipnótica junto a un sonido estimulante e incómodo. El arte del sonido culinario consigue ser uno de los elementos más representativos de Flux Gourmet por su originalidad, extravagancia y perfección, sobre todo por su contraste con el diseño de sonido que encontramos en el resto de la película (mucho más ausente o efectista).
Del mismo modo, destacan especialmente los rituales sexuales de la banda después de sus actuaciones, donde vemos a los personajes en primer plano, rodeado de figuras humanas y diversas manchas de colores que se mueven al ritmo del sonido, dando lugar a una experiencia psicodélica y excitante. En escenas como estas, apreciamos la importancia de un montaje que está completamente al servicio de la propuesta visual y sonora y que resulta clave para convertir lo espeluznante en algo cómico gracias al uso del ritmo y la combinación de planos y sonidos.
No obstante, la propuesta de Flux Gourmet se apoya inevitablemente en el arte y el vestuario a través del cual se consigue caracterizar a los personajes y los entornos que les rodean. En este sentido, vemos una influencia de la estética de los años 70 y 80, especialmente de los grupos góticos, post-punk o new wave en las vestimentas, sus colores y texturas. Igualmente, el diseño de arte nos lleva a una estética similar que podemos ver representada hasta en ciertos movimientos de cámara, como cuando el grupo pasea con sus túnicas oscuras por el jardín por las mañanas con el cielo nublado.
Pese a ser una propuesta completamente trabajada, no es una película que pueda agradar a todos los públicos. Una vez que muestra sus cartas sobre la mesa, el avance de la trama es bastante limitado y puede llegar a ser cansado y pretencioso al reiterar siempre en los mismos recursos. Del mismo modo, al jugar tanto con el exceso, el efecto cómico de ciertas situaciones o personajes se va mitigando y pierde fuerza que consigue recuperar con los citados momentos visuales y sonoros.
Sin embargo, los defectos de Flux Gourmet son autoconscientes ya que, inevitablemente, una obra tan extraña como esta genera ciertas contradicciones. Una de ellas es la lejanía que se siente con los personajes que, pese a ser buscada, puede pesar si no se consigue hacerlos lo suficientemente carismáticos para el público. El personaje que menos sufre este declive es Stones al presentarse como un punto de inflexión frente a los demás y mostrar cierta normalidad frente a la sobrenaturalidad que le rodea y tener una base cómica muy bien planteada (gracias a sus flatulencias). Tampoco ayuda su narrativa, algo circular y repetitiva, que hace que los avances de la trama sean un poco más difusos.
Por tanto, estamos ante una obra cargada de personalidad que combina los distintos elementos que han marcado la filmografía de Peter Strickland y que, por su contraposición de sensaciones y por su inteligente diseño visual y sonoro, está destinada a convertirse en una película de culto para muchos y una tomadura de pelo para otros. Más allá de lo pretenciosa y lejana que pueda resultar, merece la pena apoyarse más en sus aciertos que en sus errores al ser simplemente circunstanciales. Flux Gourmet es una película interesante de ver si buscas algo diferente, pero de verdad tienes que tener ganas de ver algo que salga de lo natural.
Una sangre que no mancha
Después de ganar el Premio Especial del Jurado y una mención especial en la sección oficial de la última edición del Festival de Sitges, la película de Kim Hong-sun (‘El huésped sobrenatural‘) prometía ser toda una dosis de adrenalina más que disfrutable. Sin embargo, a pesar de toda su acción y sangre, Project Wolf Hunting (Neuk-Dae-Sa-Nyang) consiguió algo inesperado: que su violencia no causase diversión ni impacto, sino simplemente indiferencia.
La película nos sitúa en un buque de carga de camino a Busan donde se traslada a un grupo de peligrosos delincuentes coreanos, custodiados por los detectives y policías más experimentados del país. A pesar del control y la vigilancia de los mismos, los presos consiguen organizar un motín guiados por Jong-Du (Seo In-guk), que se erige como el líder de esta revolución. Sin embargo, tanto policía como presos tendrán que hacer frente a una amenaza mayor: un monstruo sobrehumano que resultará imbatible y dará lugar a todo un festival de sangre y horror.
Tal y como demuestra la propia historia, Project Wolf Hunting se presenta como una propuesta cargada de acción y con una expresión explícita de la violencia a través del gore. Ninguna de sus situaciones son sutiles y se enfocan en mostrar sin tapujos toda la sangre posible. Este es el rasgo que más caracteriza a la obra, puesto que su historia e incluso sus personajes parecen secundarios, como una simple excusa para exponer esa crudeza de forma festiva y desproporcionada.
Esta apuesta por la violencia sin cesura provoca que el avance de la trama se ralentice y sus personajes se desdibujen conforme nos acercamos al final. Salvo alguno de ellos, la mayoría carecen de personalidad suficiente como para recordarlos ni se trabaja demasiado en profundizar sobre ellos. No obstante, creo que es una decisión consciente del propio Hong-sun, puesto que su interés reside más en la espectacularidad de la acción que en el trasfondo de la misma.
Pese a ello, se trata de una decisión que termina pesando bastante para el espectador, ya que al existir una cantidad tan grande de personajes (la mayoría más o menos similares) y no trabajar una empatía hacia ellos, la película puede resultar pesada y su carnicería más bien anodina. Esto se combina con una trama que avanza lentamente sin saber jugar del todo con la tensión o el dramatismo adecuado para realmente impresionar. A excepción de la primera aparición del monstruo, que consigue tener un protagonismo propio por cambiar el tono del film hasta el momento, el resto de la película carece de la fuerza necesaria para que nos interese acompañarla.
Curiosamente, la historia se acelera de cara al final, acumulando muchos giros de guion que no llegan a ser asimiladas del todo por la audiencia al ser algo exageradas y no terminar de explicarse del todo, además de apoyarse en clichés realmente conscientes. Viendo la filmografía de su director, caracterizada en su mayoría por series de televisión coreanas, se entiende que Kim Hong-sun ha querido trasladar el formato de las series a una película de dos horas. Eso explicaría la extensión de su trama, la alteración de ritmos cinematográficos y la variedad confusa de personajes que encontramos en Project Wolf Hunting y que estaría mejor ejecutada si se hubiera medido e incluso repartido en varias películas. Por tanto, nos quedamos con la sensación de que, en vez construir una obra que funcione y tenga sentido por sí misma, se ha intentado plasmar todo lo posible para dar lugar a una segunda parte o una secuela de la misma.
Dentro de su apartado técnico, Project Wolf Hunting aprovecha los clichés del género y se apoya en ellos sin innovar demasiado. Por ello, en ella no se termina de apreciar un carácter distintivo a pesar de tener una propuesta propia dentro de su universo. Así, destacan sus colores saturados especialmente cálidos tanto en su iluminación como en su arte, los cuales dan lugar a una propuesta visual más o menos reconocible. Del mismo modo, se caracteriza por su frenetismo presente en su dirección cinematográfica y en la forma en que el montaje combina los distintos planos visuales.
En su tono efectista, encontramos un sonido que sigue esa misma línea y que gana más presencia gracias a los sonidos del monstruo, a pesar de su caracterización física no sea especialmente original. Más allá de todo eso, la mayor baza de la película es su representación de la violencia y la sangre, lo cual está bastante trabajado para resultar llamativo y no naturalista, tirando más por el camino de lo fantástico. En ese sentido, Project Wolf Hunting puede ser una obra disfrutable para aquellos que disfruten del gore sin importar su justificación o profundidad.
Por todo ello, podemos calificar esta obra como una propuesta fallida más allá de sus intenciones. Toda su violencia y adrenalina, pese a ser lo mejor de su propuesta, acaba perdiendo el impacto necesario para ser entretenida y, sobre todo, memorable. El poco peso que se da a la historia y a sus personajes y su acelerón final descompensado son los factores que acaban convirtiendo a Project Wolf Hunting en algo más bien anodino. Ahora, si disfrutas del gore en todo su esplendor y no buscas ver nada especialmente significativo, puede llegar a ser una obra apreciable, aunque la realidad es que hubiera funcionado mejor en un formato donde sus desequilibrios estuviesen más compensados.
Un cuadro de grises
A pesar de no estar presente en la sección a concurso del festival, Missing (Sagasu) fue una de las películas más memorables del Fancine por su complejidad e ingenio narrativo. Esta coproducción japonesa y coreana firmada por Shinzô Katayama (‘Siblings of the Cape’, ‘Gannibal’) explora sin tapujos todas las gamas de grises que puede haber entre el bien y el mal dando lugar a un thriller a la vez que drama que no deja de sorprender al espectador en ningún momento.
En ella, se nos narra la historia de Satoshi, un padre que tras el fracaso de su negocio (un club de ping pong) se ve obligado en vivir en la semipobreza junto a su hija Kaede. Un día, le comunica a su hija que ha visto a un asesino en serie buscado por las autoridades y que quiere atraparlo para conseguir la recompensa económica que dan por él. Tras esto, Satoshi desaparece y su hija decide iniciar su propia investigación para encontrarlo cueste lo que cueste.
En la misma premisa de la película, podemos apreciar cómo Missing consigue dar la vuelta al tópico del padre que busca a su hija desaparecida, siendo la propia hija quien va en busca de su padre. No obstante, lo que destaca a esta obra es la sorpresa constante y progresiva que genera al espectador, ya que nada de lo que pasa es como lo esperabas. Así, se consigue contar una misma historia desde tres perspectivas enmarcadas en sus distintos personajes e incluso en distintos momentos temporales.
Todos esos giros argumentales y vueltas dan lugar a toda un juego visual y narrativo pensado y desarrollado con gran ingenio. En todo momento, Missing nos muestra lo justo y necesario para que la trama avance, pero nuestro interés nunca se pierda, sino que siga hambriento. Gracias a este ingenio, se consigue controlar muy bien el suspense, dando lugar a cortes abruptos entre partes, que dejan abiertas cuestiones que se resuelven posteriormente, normalmente de forma algo efectista. Sin embargo, todos estos cambios se consiguen sin que el espectador se sienta manipulado, lo cual suele ser difícil de encontrar en algunas obras del mismo estilo, donde ese juego al despiste resulta más evidente de lo buscado.
Por ello, resulta difícil extenderse en lo que nos cuenta Missing sin hacer spoilers realmente graves. Más allá de eso, estamos ante una película que trata temas de profunda complejidad y que, no solo consigue salir airoso de todos ellos, sino que también logra conmocionarnos con ellos. Katayama (y Kotera y Takada como guionistas) entran de lleno en la ambigüedad moral y en los matices que pueden tener nuestras acciones, de forma que lo aparentemente malo puede llegar a ser comprensible si se dan las motivaciones adecuadas.
Fiel a la idea de que uno puede llegar a hacer cosas inimaginables si se dan las circunstancias adecuadas, Missing nos habla de realidades como el amor, la muerte, la clase social y económica, la perversión y el paso del tiempo, entre otros. Lo que más sorprende de todos estos temas es que no solo nos resultan reconocibles, sino que además se muestran con una crudeza y realismo que nos remueve. A través de ellos y el modo con el que conviven, se construye una dicotomía entre Satoshi (el padre) y Kaede (la hija), dos personajes separados por diferentes valores, realidades y edades que, sin embargo, en el final algo críptico de la película, parecen reconciliarse o, al menos, aceptarse mutuamente.
Con toda esta solidez narrativa, Missing consigue ser destacable en su apartado técnico gracias a la excitante dirección de Katayama. Siguiendo esa estructura de tres partes, divididas en tiempos y personajes, junto a un cuarto acto que termina de completar la historia, juega con diferentes tonos en función del momento. Así, el dinamismo que encontramos en la primera parte, donde hay un mayor ritmo en sus planos visuales y la música y el montaje se apoyan bastante en la acción, evoluciona a un mundo que se desarrolla lentamente, con mayor frialdad y crudeza, pero sin perder en ningún momento su tensión intrínseca. Con todo esto, Katayama nos presenta un mundo desesperanzador que, gracias a su fotografía, parece encerrar a los personajes en él, como si fuera demasiado grande para ellos.
Esa angustia se intensifica gracias a un sonido realista y seco, crudo como las emociones que lo acompañan. Gracias al uso de los silencios, entre otros recursos, se construye la dicotomía que está siempre presente en Missing: la relación entre el horror y la emoción, las dos caras de la existencia humana. En relación ello, también se aprecia un juego constante entre la calidez y la frialdad, reflejado en sus colores y luces, por el cual se consigue crear un diálogo entre el pasado y el presente, entre el bien y el mal, pero sin resultar simplista. Todo esto se apoya gracias a las actuaciones de Jirô Satô, Aoi Ito y Hiroya Shimizu que consiguen transmitir todos los matices posibles y ser creíbles hasta en los momentos más dolorosos.
Frente a todos estos puntos positivos, tal vez lo más criticable de Missing sea en el llamado cuarto acto, muy común en el cine asiático, pero que encontramos menos presente en el cine occidental. Así, se introduce un segundo final (por así decirlo) que genera más dudas que respuestas y puede verse como innecesario a nivel narrativo. No obstante, es cierto que añade algo más de información y su complejidad puede dotar de mayor interés y significado a una obra como esta.
Por tanto, Missing (Sagasu) es una película sorprendente, que conmociona y conmueve a partes iguales. Su solidez narrativa nos guía por una historia compleja, tanto en sus giros como en su temática, pero que no te suelta hasta el final. Al mismo tiempo, consigue hacer evolucionar su suspense de forma que camine entre lo explícito y lo implícito, sin renunciar nunca a la crudeza de las realidades que refleja. Así, tanto a nivel visual, como sonoro e interpretativo, se erige una obra más que destacable, valiente e inteligente, que alcanza un objetivo bastante difícil: entretenernos y dejarnos huella.
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