FANCINE 2022 THE LAIR – LA JAURÍA – DÍA 1
Después de su inauguración, el Festival de Cine Fantástico de Málaga ha arrancado con fuerza su 32ª edición. Todas las salas del icónico Cine Albéniz se han puesto a disposición del festival, agrupando a un gran número de asistentes en sus diferentes sesiones y propuestas. Y no es de extrañar, ya que la edición de este año ha conseguido recopilar obras bastante esperadas.
Muchas de estas propuestas forman parte de la sección a concurso, que se ha estrenado con The Lair, la última película de Neil Marshall, director de The Descent. La figura de este director, acompañada a su filmografía (que ha tenido una recepción irregular en los últimos años) ha provocado que haya bastantes expectativas en torno a esta película. No obstante, si uno no termina de entender el estilo de la misma, esas expectativas pueden convertirse fácilmente en prejuicios.
Un monstruo que ya conocemos
The Lair sigue la historia de Kate, una piloto de la RAF que resulta herida en su última misión en Afganistán. Tras este accidente, es asaltada por los rebeldes enemigos, por lo que se ve obligada a refugiarse en un antiguo búnker soviético. En él, descubre que se almacenan una serie de criaturas más monstruosas que humanas, nacidas a partir de la experimentación con ADN alienígena. Malherida, consigue escapar del laboratorio secreto y es rescatada por soldados estadounidenses, que no terminan de creer la existencia de dichos monstruos. Sin embargo, pronto descubrían que se trata de una amenaza real.
Tal y como podemos apreciar por su argumento, estamos ante una película de acción con ciertos elementos de terror, muy al estilo de la saga cinematográfica de Resident Evil o Underworld. De hecho, tanto en su forma como en su historia, se recopilan gran parte de los clichés del género. Parece una película hecha mediante una fórmula conocida y ya gastada, sin originalidad y sin sorpresa. Y en parte, esto es cierto.
Sin embargo, apreciamos que es algo realmente intencionado. La película adquiere esos clichés y los plasma sin vergüenza, llegando a tener un estilo muy de serie B y dando lugar a una película entretenida y divertida. En ocasiones, llega a parecer más bien paródica, ya que algunas situaciones son demasiado exageradas o ridículas. Por ello, la clave para disfrutar esta película es no tomársela muy en serio y dejarse llevar por el festival de balas, sangre y acción que nos propone. De hecho, eso fue lo que pudimos notar durante la proyección, en la que hubo risas, aplausos y vítores en ciertas escenas.
En relación con esto, el apartado técnico está completamente al servicio de la propuesta. Tanto la fotografía como la música es efectiva y siguen la estela de otras películas de acción y monstruos. Se aprecia cierto conocimiento a la hora jugar con la tensión y crear momentos de verdadera acción. Lo mismo ocurre con el montaje e, incluso, el grafismo, que tiene un estilo entre clásico y cutre. Del mismo modo, las interpretaciones funcionan realmente bien, ya que los involucrados consiguen entrar de lleno en los personajes estereotipados que caracterizan la propuesta.
No obstante, pese a ser una película disfrutable, no es especialmente carismática en nada. La plasmación de sus referentes es tan clara y evidente que no hay espacio para la originalidad. Esa faltaría de autoría provoca que la película carezca de la personalidad necesaria para que sea memorable. Por ello, es muy posible que tanto el público como la crítica se olvide de ella pasados unos días o, incluso, unas horas. En ese sentido, se trata de una oportunidad perdida por falta de ambición o de inventiva.
La crudeza poética de la selva colombiana
Además de la sección a concurso, el Fancine también ha estrenado otras secciones como Informativa, Miedo Ambiente y Fanzriller, donde hemos podido disfrutar de La Jauría tras su reconocimiento en la última edición del festival de Cannes.
La Jauría nos narra la historia de Eliú, un joven que es encarcelado en un centro experimental de menores situado en el corazón de la selva colombiana. En este lugar onírico, casi irreal, se agrupan un grupo de jóvenes violentos y conflictivos que han sido desechados por la sociedad a causa de sus crímenes.
En este entorno, se contraponen dos fuerzas: la fe y la destrucción. Por un lado, los chicos se ven guiados por Álvaro, quien trata de salvar sus almas a través del ejercicio físico y la oración, buscando así su propia redención. Por otro lado, los jóvenes se enfrentan a las amenazas de Godoy, quien no tiene ningún tipo de esperanza con ellos, por lo que utiliza la violencia física y verbal para dominarles.
Dentro de esta dicotomía, los jóvenes se enfrentan a un sistema que les arrastra a la perdición y no les da ninguna oportunidad de reinserción. Ese sistema, presente también en su cárcel, empieza a tambalearse con la llegada de Mono, que provocará que Eliú deba enfrentarse de nuevo al pasado que comparten: un cruel asesinato y un cadáver invisible.
La tragedia inunda toda la película a través de su historia y su forma. La fotografía es especialmente bella, a la vez que cruda, y consigue crear varias imágenes especialmente poderosas y con un fuerte carácter poético. Esto se ve potenciado por el silencio, que se decorado por los sonidos de la selva y las voces hastiadas de los jóvenes que se retratan, llenando de significado a la escena. Su ritmo es lento, pausado y, al mismo tiempo, constante y agotador por el dolor y el sufrimiento intrínseco que contiene.
A través de estos elementos, se sitúa al espectador en un espacio onírico, donde nada parece real pero que, sin embargo, supura realismo por todos sus poros. Esto se ve potenciado especialmente en la parte final, donde hay mayor movimiento y mayor ruido, en consonancia con su mensaje final. Todo ello se solidifica en las actuaciones de los intérpretes, en su mayoría no profesionales, que aportan verdad al relato, especialmente con el protagonista y su mirada, a la cual no le hacen falta ningún tipo de palabras.
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