FESTIVAL DE MALAGA TREGUAS
Tras un buen arranque de la Sección Oficial de la 26 edición del Festival de Málaga con ‘Matria’ (comentada por mi compañero Fernando Criado en su crónica), hemos podido disfrutar de otras dos propuestas que han estado marcadas por una palabra: el riesgo. Sin embargo, este concepto se ha relacionado de forma diferente con cada una de estas películas, ya que una ha optado por no arriesgarse (o fracasar en el intento) y la otra ha decidido transitar por un camino distintivo y original.
Estas han sido las vías elegidas por la comedia romántica ‘Tregua(s)‘, dirigida por Mario Hernández y protagonizada por Salva Reina y Bruna Cusí, y por el biopic musical sobre Joe Arroyo titulado ‘Rebelión‘, dirigido por José Luis Rugeles y protagonizada por Jhon Narváez y Angie Cepeda. Ambos han conseguido contrastar por su capacidad para sorprender al espectador y acompañarlo durante su visionado, generando sensaciones algo contrarias.
Una discusión que no lleva a ninguna parte
‘Tregua(s)’ sigue el encuentro de unos amantes que han mantenido una relación de sexo y amistad durante más de diez años. Fuera de estos momentos, Ara y Edu desarrollan sus vidas de forma separada y tienen relaciones asentadas con otras personas, por lo que utilizan estas reuniones para tomarse un respiro de su atormentada realidad. Esta premisa sirve para conversar sobre la complejidad de las relaciones sentimentales y su influencia en la madurez y las crisis de edad.
Con esta base argumental se estructura una película que parece estar armada más bien sobre elementos dramatúrgicos. Ese estilo teatral se refleja en el seguimiento de dos únicos personajes, las localizaciones reducidas y el diálogo constante. No obstante, estos rasgos no sirven como instrumento para transgredir, sino que simplemente marcan la forma en la que elementos van a interactúan.
De este modo, se opta por planos que siguen el movimiento y las expresiones de los protagonistas, sin mucho más juego salvo el uso de reflejos y diferentes tonos de luz. Algo similar ocurre con el sonido y su captación directa de las conversaciones, armadas también a través de un montaje pausado que respeta los ritmos y las emociones de las mismas. Otros elementos como el arte y el vestuario son más bien funcionales a la hora de apoyar el discurso de los personajes.
Por tanto, el mayor peso cae sobre sus intérpretes, un Salva Reina y una Bruna Cusí que consiguen ser lo mejor de la película gracias a su naturalidad y su química. Ambos consiguen interiorizar sus personajes llegando a jugar con la improvisación en ciertos momentos que dotan de realismo a la obra. Además, logran moverse con éxito entre el drama y la comedia que, inevitablemente, está mucho más marcada en Salva Reina.
Por desgracia, estos intérpretes se enfrentan a un guion que no esta a la altura por la gran cantidad de texto que contiene. Esta conversación constante marca el avance narrativo de la historia sin dejar espacio a todo lo que la envuelve (las acciones, el entorno y la potencia visual y sonora del mismo…). Curiosamente, los momentos puramente de acción y, especialmente, aquellos que plasman la soledad de los protagonistas son los que mejor funcionan y mayor fuerza visual adquieren.
Nuestra experiencia como espectadores queda marcada por palabras que saturan, se repiten y se vuelve previsibles. Todas estas vueltas parecen querer proponer una reflexión que no logra funcionar al lanzar mensajes que adolecen de cierto sesgo generacional. Esto deriva en cierta ranciedad al tratar temas como el poliamor, la determinación de género y la infidelidad, como si solo fuesen un medio para hacer un chiste sobre ellos.
Un viaje onírico hacia un icono
‘Rebelión’ nos presenta un biopic musical atípico, más cercano a ‘Elvis’ que a ‘Bohemian Rhapsody’, centrado en una figura icónica a la vez que algo desconocida. A través de pasajes ficcionados, descubrimos la vida de Joe Arroyo, el cantante colombiano de salsa más importante de la historia. Esta se refleja mediante recuerdos fragmentados de su vida que invaden a nuestro protagonista en sus últimos momentos.
La obra nos sitúa en un espacio onírico diluido en distintos escenarios, donde se reflejan las diferentes etapas que marcaron el devenir del artista. En ese viaje conocemos su pobre infancia, sus primeros años de juventud, sus años de matrimonio y madurez e inevitablemente, su declive personal y físico. Estos recuerdos se suceden sin orden cronológico, pero con consciencia, sirviendo como medio para construir las variadas capas de un personaje extremadamente complejo.
En la figura de Joe Arroyo vemos reflejadas muchas de las dinámicas que, por desgracia, suelen definir a los grandes artistas. De nuevo, nos encontramos con la historia de un joven que se ve arrasado por un éxito apabullante que, en conjunción con su vulnerabilidad, termina siendo canalizado a través de adicciones, relaciones problemáticas y una mala gestión del poder y la fama.
Sin embargo, ‘Rebelión’ se aleja de lo puramente sensacionalista de esta historia para centrar su atención en lo verdaderamente importante: la música. Se trata de una película que realmente nos habla de la forma en que Arroyo se relaciona con este arte, siendo su refugio y, al mismo tiempo, su condena. A partir de ello, se elaboran escenas cargadas de fuerza visual y sonora donde nos vemos inmersos en el proceso creativo del artista, mediante el cual se construyen grandes momentos musicales.
A través de ese don prácticamente innato de Arroyo, somos testigos de su curioso proceso de composición, de sus grabaciones y conciertos e, incluso, de los momentos más íntimos, donde la música nunca deja de estar presente. En este punto, ‘Rebelión’ consigue elevarse como una obra memorable gracias a su hipnótica dirección, su emocionante diseño de sonido, su inmersivo diseño fotográfico y artístico y unas desgarradoras actuaciones que consiguen apelarnos más allá de lo puramente textual.
En base a todo esto, se elabora una experiencia completamente sensorial, que consigue transmitirnos todo lo necesario a través de la imagen y la música, dejándonos nuestro propio espacio para recordar y reflexionar y, también, para reivindicar una cultura propia.
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