MANTICORA CRITICA
Si no existiera el cine, tendríamos que inventarlo. Sin este arte joven y maravilloso, muchos no seríamos hoy las personas que somos. El cine nos conforma, nos da vida, nos completa. A veces, nos posibilita la catarsis al permitirnos observar el más oscuro abismo protegidos por la seguridad de una sala de cine. ‘Mantícora’ sabe de abismos; toda la película es uno insondable y aterrador.
Ya hablé de esta obra cuando fue proyectada en el Fancine. Podéis comprobar que me fascinó. Aprovechando su reciente estreno en cines, os ofrezco una crítica más detallada. Escribir sobre cine suele ser gratificante, pero pasa a ser un privilegio cuando el objeto de análisis es una obra maestra.
La monstruosidad tiene rostro humano
‘Mantícora’ sigue a Julián (Nacho Sánchez), un diseñador de monstruos de videojuegos atormentado por un secreto personal. Cuando Diana (Zoe Stein) aparece en su vida, comienzan una relación que, aparentemente, les ayuda a lidiar con sus propios demonios. Sin embargo, todo puede derrumbarse de un momento a otro.
La estructura de la nueva película de Carlos Vermut coloca al espectador en una posición extraordinaria e incómoda. El primer acto culmina con una secuencia capaz de impedir cualquier tipo de conexión emocional con Julián que no esté dominada por el asco más profundo. Vemos cómo protagoniza un acto que desgarra algunas de las más sensibles convenciones éticas que nos hemos impuesto como sociedad. Nada puede volver a ser igual.
No obstante, Vermut no es demasiado amigo de la simpleza o de mensajes moralistas con poco que aportar. Es un autor acostumbrado a construir personajes moralmente ambiguos que fascinan y repelen con sus actos y motivaciones. Se mueve con soltura en esa oscuridad especular que refleja nuestros propios demonios personales y colectivos.
‘Mantícora’ continúa su desafío con un tramo central cuya ejecución es, simplemente, brillante. Así, observamos cómo se desarrolla la relación entre Julián y Diana, dos personajes rotos y potencialmente monstruosos (él más que ella, todo hay que decirlo) que acarician algo cercano al amor mientras están juntos.
La cualidad hipnótica de la cinta alcanza en este segundo acto una intensidad que bordea la alquimia. Los planos languidecen mientras los personajes mantienen conversaciones en las que los silencios exudan tanta o más elocuencia que las palabras. Las explosiones emocionales no tienen cabida en el universo construido por Vermut.
De esta manera, las imágenes se van derramando como un veneno que nos inmoviliza. El recuerdo de lo sucedido al final del primer acto intenta estimular nuestros músculos. ¿Cómo vamos a obviar un hecho tan abominable? No podemos extirparlo de nuestra mente, pero estamos anestesiados.
La dolorosa compasión
Así, seguimos observando cómo se estrechan los lazos entre los dos personajes principales. Persiste una atmósfera marcada por un realismo que, paradójicamente, percibimos performático y, en buena medida, artificial. La melancolía impregna las presencias de Julián y Diana. En ocasiones, parecen autómatas de una obra teatral sumida en el distanciamiento.
Lo fascinante es que, pese a todo, alrededor de ellos surge un campo gravitacional que, irremediablemente, nos atrae. Más allá del horror que hemos presenciado al inicio, de la aparente apatía dominante, de la ausencia de una banda sonora original que nos aporte claves para saber cómo sentirnos, comenzamos a sentir compasión.
Probablemente, esa es la mayor virtud de ‘Mantícora’. Julián no es un asesino en serie como Jeffrey Dahmer que, más allá de las polémicas suscitadas por la última adaptación de Netflix, cuenta con una mayor facilidad para ser romantizado. A fin de cuentas, los actos de alguien como Dahmer suelen ser lejanos para nosotros.
Ahora bien, no resulta descabellado que nos hayamos encontrado alguna vez en nuestras vidas con algún Julián y no seamos conscientes de ello. Esta circunstancia, unida al mencionado carácter delicado del secreto de nuestro protagonista, dificulta enormemente nuestra capacidad de ser empáticos… pero Vermut no se da por vencido.
De este modo, incluso podemos llegar a sentirnos identificados con el desdichado diseñador de videojuegos. Eso nos da miedo. ¿Cómo es posible acercarse emocionalmente a alguien que nos ha perturbado tan profundamente? La clave se encuentra en el hecho de que la soledad y la incomprensión no solo afecta a las bestias. ¿O es que acaso todos somos monstruos y algunos tienen la desgracia de contar con una diana más grande grapada en el pecho?
‘Mantícora’ no justifica las acciones de Julián. Ninguno deberíamos hacerlo. Dicho esto, nos da la oportunidad de transitar por sus sombras y eso nos ayuda a reconciliarnos con las nuestras. Todo esto sería imposible sin la sobrecogedora interpretación de Nacho Sánchez. Es complicado pensar en otro actor capaz de conjugar tan magistralmente, a través de la mirada, la fragilidad y la fiereza propias de un animal herido que busca desesperadamente una luz que lo guíe en una realidad cuyos soles amenazan constantemente con extinguirse.
Y es que en la oscuridad, los monstruos enseñan sus colmillos.
«Sé delicado, por favor»
La mantícora es una criatura mitológica persa. Tiene cabeza humana, cuerpo de león y una cola de espinas venenosas. Cuenta con triples filas de dientes para devorar enteras a sus presas.
La palabra «mantícora» significa «devorador de hombres».
Desde luego, ‘Mantícora’ nos devora en su tramo final.
Tras hacernos bajar la guardia, Vermut nos deja totalmente desamparados con los momentos más terroríficos vistos este año. Los planos alargados ya no languidecen. Asfixian. Hieren. La ausencia de música y el silencio dominante solidifican los escalofríos que nos llevan a no querer mirar la pantalla. El patio de butacas es incapaz de respirar (imprescindible ver esta película en un cine con otros espectadores).
Llegados a este punto, cabe destacar que no hay ninguna imagen explícita en los 115 minutos de metraje. Lo inconcebible se nos sugiere con esquiva elegancia o se cierne sobre nosotros como una ominosa amenaza que siempre está a punto de caer sobre nosotros. Es nuestra mente la que transforma en corpóreas estas ideas lacerantes. Precisamente por esto, colonizan sanguinariamente nuestras entrañas.
Estos minutos pueden ser insoportables para muchos. Sin embargo, son imprescindibles para la tesis de la obra. Tras acercanos a la persona tras el monstruo, necesitamos presenciar la eclosión del segundo. La razón no es misántropa ni cínica. Al contrario, este devenir argumental debería llevarnos a reflexionar sobre la necesidad de no llevar a personas como Julián al exilio civil. No solo no es cívico sino que, además, es peligroso. Para ellos y para todos.
Los instantes finales son desoladores. Aquí, es posible que muchos aprecien que el personaje interpretado por Zoe Stein experimenta una evolución no suficientemente trabajada o, incluso, caracterizada por un cierto machismo. Entiendo perfectamente estos argumentos, aunque no termino de estar de acuerdo.
El retrato de Diana no está tan detallado como el de Julián. Eso es cierto. No dudo de que podría haberse construido con más piezas. Aún así, puede ser razonable que Julián vampirice en cierto modo la narración, pues la película gira sobre todo alrededor de su deseo de dejar atrás sus impulsos inconfesables, los cuales son tan impactantes que, de alguna manera, eclipsan todo lo demás.
Asumiendo esto, lo que se nos muestra de Diana es más complejo de lo que parece. Podemos verla como una sumisa víctima de los roles de género. Por un lado, lo es. No obstante, también acabamos contemplando su vertiente depredadora. Cuando asoman los créditos finales, comprendemos que también anida en su ser un cierto tipo de monstruosidad. Y esto es fascinante.
Zoe Stein merece una mención especial. A pesar de tratarse de un trabajo complicado por lo ya mencionado, su melancólica presencia es magnética. Estamos ante una decisión de casting magnífica, tanto por sus incuestionables dotes interpretativas, como por sus particulares rasgos físicos, que consolidan nuestra sensación de encontrarnos en un lugar familiar y, al mismo tiempo, distante.
Una obra que se queda a vivir contigo
‘Mantícora‘ culmina un año extraordinario para el cine español. Su sobria y elegante puesta en escena nos atrapa para, a continuación, herirnos gravemente. Al contemplar dicha herida, exorcizamos nuestros propios demonios y sometemos nuestra capacidad de empatía a un necesario test de estrés. Este resultado sería imposible sin unos excepcionales Nacho Sánchez y Zoe Stein que nos provocan atracción, rechazo y, en definitiva, perturbación.
Si tenéis la suerte de que proyecten ‘Mantícora’ en algún cine de vuestra localidad, os la recomiendo encarecidamente, aunque debo avisaros de que puede afectaros profundamente. He evitado spoilers sobre detalles concretos de la trama, pero si intuís que puede tratar un tema sensible para vosotros, informaos antes de acudir a verla para evitar que os cause un daño excesivo e indeseado.