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Crítica de Cerdita: el cine de terror en España se conjuga en femenino

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CERDITA CRITICA

En los últimos años, las voces femeninas han ido ganando mayor reconocimiento en el cine español gracias a directoras con un estilo único e historias llenas de autenticidad. Este ha sido el caso de creadoras como Pilar Palomero (Las niñas, La maternal) o Carla Simón (Verano 1993, Alcarràs), cuyas obras han logrado transcender más allá de nuestro territorio, obteniendo gran reconocimiento. Sin embargo, dentro de este panorama, hacía falta una propuesta que fuese más allá y se adentrase en el cine de género de una forma visceral. Y sobre todo, hacía falta que una mujer se encargase de ello. Por suerte, eso es lo que ha conseguido Carlota Pereda con su primer largometraje: Cerdita.

Como otras obras del panorama cinematográfico español, la película proviene de un cortometraje anterior que consiguió llamar la atención por su crudeza a la hora de representar el bullying que sufre Sara, una adolescente con un físico no normativo que es humillada por las chicas populares de su pueblo. No obstante, la originalidad de Cerdita reside sobre todo en su giro final, en el que las acosadoras terminan en manos de un asesino en serie, creando así un debate moral a la protagonista y al propio espectador: ¿deberíamos intervenir para ayudarlas o simplemente se está haciendo cierta justicia?

Con esta brutal propuesta, Cerdita se coronó con el Goya a Mejor Cortometraje de Ficción, lo que llevó a que la obra se ampliará a un largometraje que consigue añadir mayor capas de profundidad a una historia de por sí compleja.

Cerdita Critica

Una rabia a punto de estallar

Manteniendo la premisa ya expuesta en el cortometraje, Cerdita se centra de lleno en la figura de la protagonista, Sara. Se trata de una joven cuya existencia se ve castigada por diferentes frentes, lo que le hace vivir completamente oprimida y asustada de la realidad. Por un lado, hace frente a un entorno social que la humilla y margina por no entrar en la dictadura de la imagen y la normatividad. Al mismo tiempo, esta opresión se refleja en la propia ambientación, un pueblo de Extremadura caluroso, seco, lleno de costumbres y, al mismo tiempo, de prejuicios que duelen.

Por otro lado, Sara también hace frente a su familia, que pese a tener una particularidad compartida por ella (el peso y su relación con la carne, al regentar una carnicería), no saben comprenderla ni apoyarla lo suficiente, alimentando todavía más su rabia y complejos. Y, por último, Sara también se enfrenta a sí misma, a sus miedos, su falta de autoestima y sus emociones a flor de piel.

Así, la obra realiza un verdadero estudio de la protagonista como una joven que no tiene voz y que, sin embargo, conserva una rabia tan fuerte dentro de sí que sacarla será el único medio para liberarla. Por ello, en el momento en el que Sara ve cómo sus bullies terminan a manos de un asesino en serie y ella no hace nada para evitarlo (ya sea por miedo o por justicia), algo nace dentro de ella y va creciendo hasta finalmente explotar, acabar con todo y salvarla.

El paisaje de fondo

No obstante, la protagonista se complementa gracias a los personajes secundarios, que sirven para incidir en los numerosos debates morales que plantea la película. Uno de ellos es el asesino, quien establece un vínculo peculiar con Sara al actuar como un ángel de la guardia para ella y parecer ser el único que la entiende y la acepta.

Tal vez por esta unión, la película no se arriesga a construir a una personaje verdaderamente característico y terrorífico, ya que su presencia no consigue ser tan atemorizante como debería. En este sentido, la obra difiere un poco de lo visto en el género slasher, donde el asesino es un personaje completamente icónico (como Jason de Viernes 13 o Michael Myers de Halloween). En mi opinión, aquí es donde Carlota Pereda da una vuelta al slasher, centrando su atención en la protagonista como icono antes que en el asesino, dando así un mayor empoderamiento a las clásicas final girls de las películas clásicas.

Otro contrapunto lo encontramos en la madre de Sara, interpretada por una maravillosa Carmen Machí. En ella, se representa a un tipo de madre con el que muchos podemos sentirnos familiarizados, debido a su costumbrismo y forma de ser. Por un lado, resulta ser la encargada de crear muchos de los momentos de humor de la película, relajando la tensión propia de la película. Pero por otro, Pereda consigue representar a esa madre que no sabe querer bien, que ante la preocupación por su hija, opta por sobreprotegerla y penalizar sus faltas en vez de aceptarla, quererla y dejarla crecer por sí sola.

Así, la obra consigue tener un tono natural y realista, pese a la extrañeza que tiene la propia trama, lo que consigue acercar la historia al espectador. Esto también lo encontramos en la representación de ese padre cariñoso, pero ausente, de ese hermano pequeño algo molesto, pero también querido o de las vecinas cotillas del pueblo, que salen con su silla a la calle para comentar todo lo que ocurre e incluso meter baza si pueden.

Con todo ello, Cerdita crea una atmósfera que, a pesar de resultar extraña en ciertos puntos (aunque también hipnótica), también resulta realista y cercana para el espectador, al mostrarnos a personajes reales lidiando con emociones auténticas.

La forma del cuerpo

Cerdita estructura todo esta historia a través de una dirección cinematográfica más que destacable. Nos introduce de lleno en este universo de sudor y sangre a través de diferentes elementos que llevan a la catarsis final que caracteriza a la película. Podemos sentir la opresión del ambiente gracias a la relación de aspecto cuadrada (1:33:1) que encierra a los personajes y que se ve potenciada por los primeros planos que nos introducen de lleno en sus emociones.

Del mismo modo, los colores que vemos en la pantalla se mueven entre lo natural y lo extraño. Los colores del campo y la naturaleza adquieren un carácter violento y salvaje, rodeando a la protagonista y favoreciendo su «animalización». Al mismo tiempo, los colores del pueblo, nos llevan a lo rural y a un hogar que parece más ajeno que propio. Pero sobre todo, los colores que más destacan son el rosa y el rojo, de la carne, de la sangre y de Cerdita.

Además, la película no tiene miedo en tomarse su tiempo en mostrarnos lo que ocurre. Ahí es donde reside el verdadero terror, en el detenimiento, ya que dichos momentos adquieren un carácter naturalista. Pese a ello, el montaje no nos deja demasiada pausa y consigue narrar a un ritmo tenso, aunque con ciertos valles de interés (más bien por la historia que por la edición).

Todo esto se ve acompañado por una banda sonora que es realista a la vez que efectista, sin miedo al silencio, pero tampoco a la música, que crea una tensión constante y creciente conforme nos acercamos al final de la película.

La metáfora de la carne

Como ya se ha ido indicando anteriormente, la carne y la sangre está muy presente en la película. La protagonista está directamente relacionada con estos dos conceptos, tanto por su apodo (Cerdita) como por su familia y la carnicería que regentan. Así, ella se mueve en un entorno donde la carne y la sangre está siempre presente. En ella, parece haber cierto instinto animal que, a partir de lo ocurrido, parece crecer con cada vez más fuerza: en su huída por el campo, su piel rosada por el sol, su relación con la comida. Esta animalización alcanza su punto máximo al final de la película, donde Cerdita abraza su rabia interior y consigue empoderarse, obteniendo la posición que merece.

En conclusión

Se agradece que existan películas como Cerdita, ya que ha sido la primera película de género realizada por una mujer que ha conseguido tener reconocimiento internacional. Todo ello lo ha conseguido con una historia cruda, pero necesaria, encabezada por un elenco que la hace realista y cercana. También destaca una fotografía y un sonido que contribuye a transmitir esa rabia más que presente en la película.

No obstante, se debe reconocer que existen ciertos fallos como la poca iconicidad del asesino o los valles de interés que sufre la película tras su primera parte, lo cual le hace llegar al final con menos fuerza de la que le hace falta.

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