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A Way Out: rompernos el corazón a martillazos para sentirnos vivos

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SPOILERS: Este artículo destripa el argumento de A Way Out. Leedlo bajo vuestra responsabilidad.

A Way Out es una obra especial. Probablemente, las tres obras de Josef Fares lo son. De modo que, aprovechando el reciente lanzamiento de It Takes Two, parece un momento adecuado para regresar a ese 2018 que hoy parece perteneciente a otra vida. Ese año, el bueno de Fares nos demostró dos cosas con su juego. Por un lado, que aún hay espacio para la sorpresa en esta industria. Por otro, que el videojuego no tiene nada que envidiar a artes consideradas “superiores” como el cine o la literatura.

Dos hombres y un destino

Leo y Vincent. Vincent y Leo. Dos hombres cuyo pasado les pesa tanto como su presente. Un presente salvaje que huele a pólvora. Una pólvora que será presagio de un funesto destino. Nos encontramos ante dos seres humanos trágicos y complejos que comparten los últimos momentos de una vida que, de un modo u otro, se les va.

A Way Out

Entonces, entramos nosotros. Recordemos que A Way Out debe jugarse necesariamente en cooperativo local u online. No dudo de que la opción online pueda ser satisfactoria. Sin embargo, considero que la experiencia local posibilita una profundidad y una inmersión difíciles de igualar. Tras disfrutar (y sufrir) esta obra con tu familiar, amigo o pareja al lado, ninguno de los dos volverá a ser el mismo.

La primera decisión determinante que debemos tomar se refiere al personaje que queremos manejar. Podemos ser el racional Vincent o el impredecible Leo. Al comenzar la historia propiamente dicha, descubrimos la que es, posiblemente, la decisión de diseño más relevante de A Way Out: el uso constante de la pantalla partida.

De este modo, en todo momento somos conscientes de las acciones de nuestro compañero. A su vez, esa persona puede observar lo que hacemos. Nos ayudamos, nos burlamos del otro y, en ocasiones, nos peleamos. Tal y como les sucede a Vincent y Leo, enemistados primero para, posteriormente, colaborar y luchar juntos

Sin perdón

Escapar de la cárcel en la que ambos personajes se encuentran no es más que el primer peldaño de este viaje. En el exterior, mientras nos esforzamos por no ser capturados, intentamos localizar a nuestro enemigo común: Harvey. Se trata del asesino del hermano de Vincent, así como del culpable de la entrada en prisión de Leo. Asimismo, debemos resolver asuntos familiares, pues Vincent va a ser padre y Leo desea ver a su esposa y su hijo.

Tras superar toda clase de obstáculos, tenemos nuestro esperado cara a cara con Harvey. Leo, Vincent, nuestro acompañante y nosotros mismos alcanzamos nuestro momento de mayor conexión emocional cuando acabamos con la vida de aquel que torció nuestro destino. Estrechamos de forma irremediable los lazos que nos unen. Segamos una vida para convertirnos en hermanos de por vida. Hermanos de sangre.

Tras limpiar nuestras guadañas, llega la hora de regresar a casa. Sin embargo, ese hogar añorado se nos escapa entre los dedos. En su lugar, nos encontramos con sirenas de policía y armas apuntándonos. Parece que llega la hora de pagar por nuestros pecados insatisfechos. Al menos, cargamos juntos con esta pesada cruz. Fin de la partida. O no.

Morir

Vincent es policía. Ha engañado a Leo para encontrar a Harvey y acabar con él. La palabra “traición” sobrevuela nuestras almas exhaustas. Sentimos cómo un ejército de agujas candentes tortura nuestros corazones. No puede ser cierto. Pero lo es.

Vincent pretende que Leo se entregue pacíficamente a las autoridades. No obstante, él sabe perfectamente que eso no va a ocurrir. Tras esto, Leo secuestra a Vincent y emprende una huida hacia ninguna parte. De esta manera, comprendemos que nuestro viaje aún no ha terminado. Simplemente, ahora nos dirigimos al Infierno.

La huida no tiene éxito. Nuestro coche se estrella contra un puente y ambos acabamos en el agua. Así, al regresar a la superficie, somos conscientes de que todo ha cambiado. Uno de los dos no va a poder disfrutar del siguiente amanecer.

De esta manera, comienza un salvaje enfrentamiento. Cada disparo atraviesa nuestra carne. Cada golpe agrieta nuestra alma. Nuestras vísceras se llenan de plomo; nuestros ojos, de lágrimas.

No sé decir adiós

Llegados a este punto, nos queda claro que hay algo peor que morir: matar. Si hemos sido más habilidosos que nuestro compañero, nos vemos obligados a rematarlo con una última bala. ¿Por qué debemos acabar con alguien a quien queremos? ¿No podemos, simplemente, tirar el arma y dejarnos vivir? No, no podemos. La vida, por desgracia, no nos permite elegir los dolores que nos marcan.

Entonces, aprieto el gatillo. Mato a Leo. Asesino al personaje controlado por mi pareja. (Me) Provoco daños reales y virtuales. Solo The Last of Us Part II me ha hecho tomar decisiones tan difíciles como la que acabo de relatar. Antes de que Leo agote sus últimos segundos en la Tierra, agarro su mano. Es nuestra última forma de expresarnos respeto y aprecio por todo lo que hemos vivido. Hermanos de por vida. Hermanos de sangre.

Tras informar a la esposa de Leo (y recibir el último tiroteo emocional), agarro la mano de mi pareja. Es mi forma de decirle “lo siento”.

Días del cielo

Este dolor ya lo llevaré siempre conmigo. Formará parte de mi ser. Lo cuidaré como la flor más bella y peligrosa.

Por este motivo, los videojuegos son tan maravillosos. Nos hacen resilientes ante los oscuros designios de la vida real. Construyen nuestro ser. En definitiva, nos hacen humanos.

Haceos un favor: nunca dejéis de jugar videojuegos.

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